Medicina Natural al Alcance de Todos
MANUEL LEZAETA ACHARAN
1/ LA CIENCIA DE LA SALUD
“¿Tener buena salud consideráis el mayor bien sobre la
tierra ?... Digo que no, la felicidad está en saber conservarse sano.” Padre
Tadeo
“La enfermedad es una ofensa a Dios. la salud es el mejor
tributo que el hombre puede ofrecer a su Creador.” Cardenal Verdier.
En el camino del progreso, que es la salud, existen por lo
menos tres etapas: 1. conocer la
verdad; 2.
comprenderla y 3. realizarla.
Para alcanzar la meta gloriosa de la Salud es necesario
conocer las leyes naturales, comprenderlas y aplicarlas de manera adecuada. La
Sabiduría está en la Naturaleza y no en el laboratorio. Para ser sabio de
verdad es preciso observar la obra del Creador – vale decir la Naturaleza-,
practicar sus leyes inmutables y adquirir la suficiente experiencia personal.
El laboratorio sólo forma sabiduría convencional, sabios de
laboratorio, que jamás poseerán la ciencia que hay detrás de la felicidad de
los seres irracionales que viven con salud sin más guía que su instinto.
La Salud vale más que la vida porque ésta sin aquella no
vale la pena. La “ignorancia de la
Salud” es la única y verdadera causa de todas las
enfermedades.
Esta obra ha tenido una extraordinaria acogida en toda
América Latina, en España, y en Portugal a lo largo de muchos años. Su éxito se
explica por el ansia de vida y salud que siente el individuo tiranizado día a
día por la enfermedad crónica y por los errores de la medicina medicamentosa y quirúrgica.
La escuela enseña al niño y al joven muchos conocimientos
considerados indispensables para asegurar el éxito en la vida. Sin embargo, no
les enseñan los medios para guiar y cuidar el delicado organismo que el Creador
ha puesto a disposición de cada hombre para que cumpla con su destino moral y
físico.
Si para emprender un largo, penoso y accidentado viaje le
entregamos a un inexperto viajero un magnifico automóvil, sin enseñarle antes
cómo debe manejarlo y cuidarlo para evitar descomposturas y accidentes, ni los
medios adecuados para restablecer su funcionamiento normal, estaremos de
acuerdo en que sólo de milagro llegara el fin de su jornada y que ésta será un
calvario que no se aliviará por muchos mecánicos que encuentre en su camino,
siempre dispuestos a realizar las composturas necesarias a cambio del pago de
sus servicios.
Pero esto que todos entendemos tratándose de un asunto
trivial, parece olvidarse en lo que toca a una cuestión tan fundamental como la
vida misma dentro de lo que solemos llamar civilización.
Los padres ignorantes, que son casi la totalidad, creen que
para preparar a su hijo hacia la dura experiencia de la vida basta con
entregarlo a sus maestros, llenos de conocimientos teóricos y artificiales. En
esta forma, el niño, después de duras pruebas para adquirir conocimientos poco
menos que inútiles, se lanza a la jornada de la vida poseedor de un organismo
que no conoce ni sabe cuidar y mucho menos reparar en caso de accidente o
alteración de la salud.
Pero ¿cómo exigir que el niño o el joven aprendan a evitar
las dolencias cuando éstas no dependen de él, sino que consideran obra de un
agente misterioso, maligno y caprichoso como el demonio y al cual se le conoce
con el nombre de microbio causante de infecciones?
Si cada día estamos expuestos a ser víctimas de la infección
que nos acecha por todas partes, ¿de qué nos sirven los conocimientos si para
combatir a ese poderoso e invisible enemigo tenemos que poseer la oculta
ciencia del laboratorio reservada sólo a sus sacerdotes? Solamente nos queda
abandonarnos al capricho del destino y recurrir al sacerdote de la ciencia
microbiana para que nos libere de la amenaza del nuevo demonio.
Estos son los errores consagrados por la civilización. No
pretendemos sacar al mundo del error en que tan regocijadamente parece vivir.
Sin embargo, creemos hacer bien a nuestros semejantes mostrándoles los
equívocos de que hemos sido víctimas y enseñando a los que sufren el camino de
la liberación.
El hombre, en su ignorancia, hasta a Dios hace responsable
de sus desdichas, olvidando que cada cual tiene lo que merece y que el hombre
es hijo de sus obras. Enfermamos no por obra o fuerza extraña, sino por
nuestros propios errores de vida. La salud no se obtiene con médicos ni drogas,
sino con nuestros actos de cada día. De aquí que la voluntad del enfermo es el
primer agente de salud.
El objetivo de este libro es enseñar la ciencia de vivir
sanos de cuerpo y alma, buscando las fuentes de esta felicidad en el generoso
regazo de la Madre Naturaleza.
En este libro enseño mi Doctrina Térmica, que no tiene nada
que ver con el trillado Naturismo, a cuya sombra tantas inexactitudes
prosperan. Mi Régimen de Salud, explicado en este texto, constituye un
“artificio” hoy necesario para combatir el artificio de la vida contemporánea.
Mi sistema tiene por objeto “afiebrar” diariamente la piel que progresivamente
se enfría con la ropa y abrigos que enfundan nuestro cuerpo. También se dirige
a refrescar las entrañas afiebradas cada día por los prolongados esfuerzos
digestivos que realizan el estómago y los intestinos para procesar alimentos
inadecuados e indigestos.
Dejando de lado “personalismos” en este libro se enseña una
“ciencia personal”, fruto de la observación y una larga experiencia. A sanos y
enfermos les ofrezco esta obra para que disfruten del goce de vivir.
Fuente: Medicina Natural al Alcance de Todos
MANUEL LEZAETA ACHARAN
Proyecto
Digitalización:
- Instituto Estudios Salud Natural de Chile
- Eco-Granja-Hôma de Olmué Digitalizado en el
2005/2006 por: Pablo Moscoso A.
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